MASONERÍA AL DÍA / 130 años de Solidaridad con los Estudiantes por Sebastián Jans Pérez

130 años de Solidaridad con los Estudiantes por Sebastián Jans Pérez, 

Gran Maestro de la Gran Logia de Chile


Estamos esta noche celebrando una efeméride extraordinaria. No es habitual en nuestro país que las entidades filantrópicas permanezcan en el tiempo de un modo eficaz y siendo fieles al diseño primordial, que las estableció en su propósito.

Ciento treinta años de perseverancia en un propósito solidario da cuenta de una determinación y una coherencia, que se debe resaltar y exaltar. Una profunda convicción que requiere una capacidad de continuidad, que debe ser asimilada por quienes siguen la posta, el relevo, bajo las mismas premisas que un día fueron establecidas y que - con el paso del tiempo - hacen posible la fidelidad con el pasado y la inspiración fundacional.

Alguien, superficialmente, podría decir que ha habido renunciamientos, a propósito de los cambios de denominación institucional. Nació como Liga Protectora de Estudiantes Pobres, siguiendo como Banco de Solidaridad Estudiantil y ahora como Corporación de Solidaridad Estudiantil. Sin embargo, ello expresa precisamente una capacidad de adaptación frente a las percepciones de una idea, de una organización, en un ambiente cultural en constantes cambios.

La expresión filantrópica no debe ser ciega ni sorda frente a como las sociedades van percibiendo el rol de las instituciones o entidades, a medida que ella misma evoluciona. Y los que antes fueron considerados pobres, bajo los conceptos de las políticas públicas en boga, hoy son considerados como rezagados del desarrollo, carenciados o marginados.

Cierto, se puede hablar de pobreza cuando se analiza el fenómeno económico-social, pero no cuando se habla de las personas que están bajo la línea del bienestar y de las disponibilidades de bienes y servicios. Cuando se está marginado de las oportunidades.

Sin discutir si los niños y jóvenes deben o merecen ser definidos como pobres, esta corporación ha establecido por 130 años, la necesidad de ayudar a aquellos que, debido a la situación socio-económica rezagada de sus familias, deben abordar sus procesos de escolaridad con la desventaja de las limitaciones muchas veces ancestrales de sus grupos familiares.

El propósito – más allá de las denominaciones que se han adoptado, en distintas épocas -, es lo que viene a trascender en el transcurrir de esta corporación. Un propósito que habla del deseo de dar apoyo al esfuerzo de emancipación de familias que han estado condenadas a las carencias y a la imposibilidad de la movilidad social.

Hay en sus 130 años una convicción que se funda en la dignidad de cada niño, para que tenga un soporte para encarar el desafío del aprendizaje. Tiene que ver con la amabilidad moral que ata los corazones de los seres humanos, al decir de Kant, donde todos debemos reconocernos como personas iguales, dignas y hermanas en la aventura de la vida, y motivo de cuidado y protección.

Un sabio de esta región, Agustín Squella, decía hace un par de años que cada ser humano es un fin en sí mismo, y citando a Adam Smith recordaba que “por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros, y hacen que la felicidad de estos le resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”.

Yo creo que allí está la racionalidad que determina el curso de esta corporación, a través de 13 décadas. Y racionalidad viene de razón, de un fundamento reflexionado colectivamente como necesario para practicar de modo común en el hecho social. Y no hay nada más racional que la solidaridad, es decir, el apoyo que doy a todo lo que importe bien para los demás, sin obtener yo beneficio alguno, sino la pacífica satisfacción de haber obrado para que otro pueda ser integralmente humano.

La racionalidad, al decir de Pinker, es un bien público. Es algo que hace que una sociedad o sus integrantes, sean más dignos en su condición humana. Es algo que nos hace socialmente decentes y ello da valor a la sociedad misma. Por eso, tenemos que entenderla como un bien público. Hay una aseveración de Spinoza al respecto, cuando dice que aquellos que están gobernados por la razón no desean para si mismos lo que tampoco desean para el resto de la Humanidad.

Creo que eso está en la conciencia colectiva de esta corporación, lo que se ha expresado a través del tiempo que hoy exaltamos: 130 años. En ella ha estado el deseo de hombres de bien de que, los niños y jóvenes que son objeto de su solidaria acción, no sufran carencias que tampoco deseamos para los nuestros.

Avanzado el transcurrir de la corporación, hace décadas se hace patente la presencia masónica en sus socios y directivos. Ello ha significado que, a la composición racional del verbo corporativo, se sume la moralidad fraternal.

La virtud masónica ha encontrado un medio de canalizar la conminación de la Orden Masónica a cada uno de sus miembros: hacer en la sociedad el bien, bajo los altos predicamentos del proceso de iniciación, a través nuestros Hermanos que son parte de esta corporación que está unida al corazón de esta Región.

Una conjunción virtuosa que me asocia a esta celebración, como Gran Maestro de la Orden, que reconoce, en cada uno de los masones que aquí colaboran, la inspiración más noble de nuestros enaltecedores ideales de Fraternidad, Humanismo, Igualdad y Filantropía.

No es la corporación una institución masónica. Es una institución de hombres de bien, que practican el noble principio humano de la solidaridad, el más noble constructo racional. En distintas épocas, por cierto, los masones han hecho una contribución al quehacer de la corporación, bajo el mandato moral de su condición de iniciados.

Desde aquellos masones que estuvieron en sus días fundacionales, como Guillermo Münnich y Buenaventura Cádiz, y como aquellos que, con tanto cariño por esta obra, siguen colaborando y asumiendo roles en los años recientes, y a quienes he visto con orgullo trabajando no solo en la entrega de miles de ayudas de cada año, sino también en el estímulo a la creatividad literaria de los niños de los colegios de los cerros del Gran Valparaíso y del interior.

No puedo dejar de mencionar el rol en esa labor, de uno de los mejores hombres que conocí en ese esfuerzo: mi muy querido hermano Max Perea.

Hago votos, desde el pináculo de la institución masónica, para que los inspiradores propósitos de la Corporación Solidaridad Estudiantil, sigan materializándose en solidaridad con los niños de las familias rezagadas de las oportunidades, con los carenciados y con aquellos que solo necesitan una palanca, para elevarse en su destino, contra los baldones de la herencia de privaciones y de la marginación en las oportunidades, en una sociedad donde los más pudientes tanto se resisten en compartir, como no sea a través de la caridad de sometimiento que debe darse a sus creencias o postulados.

Esta corporación, en cambio, tiene aquella dignidad que la enaltece. Ayuda a los niños sin condicionarlos con doctrinas, creencias, ni ningún orden de ideas. No hace proselitismo desde las convicciones de sus directivos. No entrega breviarios ni imágenes ni mensajes subliminales. Simplemente entrega amor y dignidad a las familias, a través de la mas neutra, laica y honesta solidaridad.


¡Felices y orgullosos 130 años, Corporación de Solidaridad Estudiantil!